Resulta imposible perderse al buscar a Don Walter, uno de los hermanos Vargas en Samborondón. Si es de la localidad o alrededores sabrá de quién se trata, ya que ese famoso apellido heredó el talento ancestral de la alfarería por generaciones.

“Siga por la calle 31 de Octubre, hasta llegar a una escuela con el mismo nombre”, repiten las personas cuando se pregunta por el alfarero. Antes se avanza en la calle principal Sucre para cruzar por el coliseo deportivo Humberto Andrade Solórzano y pasar por el hospital Santa Ana.

Afuera del taller, cerca de las 11:00, cientos de vasijas oscuras estaban colocadas encima de tablas sobre el suelo. Las piezas frescas de barro se ordenan en hileras. El objeto fácilmente se ajusta a la palma de la mano.

Adentro hay un terreno con superficie irregular y paredes de ladrillos, donde las hábiles manos de Vargas protagonizan una danza frenética. Con movimientos envolventes acaricia el barro en el torno que gira mientras crea figuras.

A sus 63 años, Walter Vargas León le ha dedicado más de la mitad de su vida a este oficio. Su relación con la alfarería empezó hace 36 años, cuando su padre José Vargas Franco le enseñó la profesión. De un simple pasatiempo se convirtió en su fuente de ingreso.

No pensaba que sería alfarero algún día. De muchacho trabajaba a ratos y luego a jugar pelota. Lo tomé en serio cuando me hice de compromiso.

Gracias a su trabajo logró costear las carreras universitarias de sus 2 hijas. “Me gusta esta profesión, que me ha dado todo. La mayor es contadora y la menor se dedica al diseño de interiores”, dice con orgullo y sacando pecho.

Aunque le apena que ninguna heredó su talento, los ojos le brillan con la idea de que uno de sus dos nietos siga su legado. “Lo voy a traer acá apenas salga de vacaciones. Ya tiene 10 años, ojalá le guste o conmigo muere la flor”, cuenta.

Su día comienza antes de las 06:00. El pan recién salido del horno no puede faltar en el desayuno. En menos de una hora, sus manos llenas de barro bailan en el torno eléctrico de su taller.

Así continúa su faena hasta cuando con sus ayudantes hacen una pausa al mediodía para almorzar. De regreso continúan con la labor hasta las 17:00. Diariamente elabora unas 1.000 piezas pequeñas, las cuales se suelen emplear en arreglos florales.

“Al inicio trabajaba hasta la madrugada. Ahora si me pongo con el torno de pie, me canso en 2 o 3 horas. En el tiempo cuando vivía mi padre, esto no era remunerado. Con mi esposa salimos a buscar clientela en el antiguo Mercado Sur, que ahora es el Palacio de Cristal (Guayaquil)”, recuerda.

En la actualidad, su trabajo capta la atención de los comerciantes del Mercado de Flores y los turistas. No pasa lo mismo en su tierra. “Lamentablemente, la gente de mi cantón no aprecia esto”, dice con profunda tristeza.

Mantiene la mente lúcida y se acuerda del Samborondón de antaño. “Era pura pampa, no había caseríos. Incluso, donde yo vivo en tiempos de invierno, Samborondón era un desastre. Ahora todas las calles están pavimentadas”, explica.

Su padre tuvo 10 hijos, de los cuales solo 4 siguieron la tradición. Uno de ellos está radicado en Venezuela. Allí José echó raíces con el legado familiar. Mientras Néstor vive en Yaguachi; Fernando y Walter continúan en Samborondón, provincia del Guayas.

Quienes habitan o visitan Samborondón pueden apreciar diversos monumentos y reconocimientos a aspectos de la identidad del cantón. La alfarería está ausente. “No hay monumento al alfarero, pero sí al caballo, al gallo, al arrocero. Samborondón también es reconocido por la alfarería”, expresa.

Mi papá murió con las ganas de que hicieran un monumento. Era muy conocido, pero fue por gusto, porque nunca le prestaron atención.

Pese a sacar adelante este oficio, Walter siente un descuido por parte de las autoridades. Ya perdió la esperanza en ellos, especialmente ahora que se aproximan las elecciones y que pronto lo frecuentarán con promesas a su taller.

En las últimas elecciones, cuando ganó Juan José, me prometió hasta hacerme un museo donde laboro. Después fui al Municipio y quedó en nada.

Una promesa que no fue olvidada del todo. El homenaje al alfarero se levantará junto a la Plaza Cívica, según confirmó el cabildo a D’Una. “Estamos haciendo una especie de monumento de una vasija gigante. Con suerte estaría listo en enero”, adelantó Inés Mancero, directora municipal de Turismo.

Entre las proyecciones del Municipio está el Malecón Sur, ubicada al finalizar la Av. del Arrocero, donde se realizará un taller y exposición de alfarería. Este espacio sería destinado a actividades culturales y tradicionales.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *